sábado, 21 de julio de 2012

Cuivo-Mortero de Astrana


Fecha: 21 de Julio de 2012
Climatología: Encapotado y fresco

Participantes: Miguel, José Manuel, José Luís y David (Espéleo-romeros) y Diego, Bea, Carlos y Morty (Espéleo-Pipis)

Aparcamos en la curva de la pista asfaltada de Astrana y los pipis se enfundaron sus "pipilux" y los neoprenos completos desde el comienzo, mientras que los romeros optamos por llevarlos aparte para cambiarnos en el último momento.
La mañana nublada y fresca alivió un poco las penurias de los neoprenados (pero sólo un poco).
Diego y Morty se fueron para la boca del Mortero a montar la rampa, donde se encontraron con miembros de Geoda, que echaban un vistazo a las instalaciones, pues iban a realizar la travesía desde la Rubicera.
El resto nos dirigimos hacia la cuesta del Cuivo, avanzando por fondo del barranco, que a ratos se convertía en una jungla de helechos y zarzas, y donde había que cuidarse muy bien de dónde se ponía el pie para no caer en algún bujero.
Tras salir de la exuberante hondonada, quedó claro que no había sido el mejor camino.
Ya en las cercanías de la boca, tardamos un rato en localizarla debido a que la vegetación había crecido y actualmente una barrera vegetal la disimula a la vista.
Decir que si bien la mayoría entramos con el neopreno completo, Miguel optó por una camisetilla de neopreno fino en lugar de la chaqueta, y José Manuel a "pecho lobo", confiando en su aislamiento propio corporal. Desde luego que es muy recomendable llevar el completo, principalmente porque en las esperas en los pozos uno puede quedarse muy frío.
Aterrizamos en el fondo de la sima, en una sala de bloques y coladas calcificadas, y al poco de escurrirnos hacia abajo aparecen los primeros charquitos en los que tratar de darse un chapuzón para refrescar el neopreno... pero no será hasta más adelante cuando podamos hacerlo.
El recorrido es una sucesión de meandros cómodos, en los que a ratos hay que realizar alguna trepada y descenso.
Más adelante se irán estrechando obligando a buscar pasos más anchos hacia arriba, empotrándonos en las paredes, y a cuidadosas maniobras y cálculos geométricos a los miembros más gruesos, por la escasa holgura de puntos concretos. Ésta vez no hubo que untar a nadie de manteca para que pasara. En esta zona conviene echarse el descensor a un lado para evitar ir rozándolo contra la roca.
La última angostura de este sector consiste en un paso aéreo empotrado en el meandro que se descomprime en un ligero ensanche con una pozilla... a la que evitamos caer descendiendo empotrándonos hasta pisar la repisa del otro lado. Repisa que precede a la apurada embocadura de un tobogán que cae hacia la piscina de la sala siguiente. Como había montado un paso aéreo para salvar esta última estrechez, todos tiraron por arriba por la cuerda, menos yo, que me dejé deslizar por el tobogán al agua, después de que José Manuel comprobara que no había cocodrilos.
Ésta es la Sala de la Pérdida, y desde ella continuamos inercialmente por el meandro, ignorando una imperceptible y poco llamativa señal apuntando a otro ramal arriba a la derecha consistente en tres mojones de piedra, varias flechas grabadas en las paredes, algún reflectante, y una hoja.
Tras superar más tramos de meandro estrecho, los que habían hecho la travesía en anteriores ocasiones empezaron a poner cara rara, y además la brújula indicaba que estábamos yendo en una dirección incorrecta. Diego descendió un tobogán en lo alto del cual había una placa, para instalar un regreso, y tras inspeccionar lo que había más adelante, regresó informando de que efectivamente por ahí no era.
Reculamos hasta el punto hiperseñalizado que nos habíamos saltado y nos encaramamos hacia otro ramal repleto desde el comienzo de barro y pozas fangosas. La galería más divertida, nos pusimos finos finos, que parecíamos muñecos de barro.
Tras descender algún pozo, alcanzamos una zona más seca, trepamos, avanzamos, y caemos en la "Sala de la Lavadora". Los dos primeros nos encontramos con una pequeña poza de aguas cristalinas alimentada por un exiguo chorrito que resbala desde una colada, cual jacuzzi, donde nos sumergimos para darnos un buen lavado y refresco, tiñendo en seguida el agua.
Esta poza nos viene estupendamente para limpiar los aparatos que han acabado embebidos en una masa de pegotes de denso barro y adecentarse un poco, aunque más adelante, al avanzar frotándonos contra las paredes de los meandros, nos volveremos a ensuciar.
Más adelante, hacemos una parada en la que descubro mi pifia del día: no cerré convenientemente fuerte mi bote estanco, y en su interior hay una sopa. Mi teléfono móvil agoniza medio ahogado emitiendo extrañas luces rojas.
Continuamos saltando de una poza a otra, bien esquivándolas, bien a chapuzones, a elección del consumidor. En cierto momento, tras unos quiebros, una cuerda a la izquierda nos ayuda a encaramarnos en lo alto del meandro para esquivar una obstrucción que hay poco más adelante. Andamos por arriba, por la amplia Sala del Roscón, bordeando por la derecha, mientras a la izquierda el suelo cae hacia el curso del agua.
Tras superar un "monte" vemos al otro lado el reflectante que indica la cabecera del P17, un agujero en medio del caos de bloques.
Empieza la gente a descender con la cuerda rozando, pese a las advertencias de Diego, por no haber visto el desviador, hasta que José Manuel lo localiza en su turno de bajada.
Aterrizamos en un descansillo de paredes oscuras adornadas con pegotes duros de barro claro, y continuamos descendiendo por más pozos y resaltillos montados. Aquí me quedo al final recuperando con Diego. Las cuerdas rozan por todas partes, pero la roca está pulida.
Y llegamos al pozo que José Manuel llama "de la jindama", por la jindama, canguele, yuyu, impresión... que le ha producido las numerosas veces que lo ha descendido. No es tanto por la altura, sino por el hecho de ir descendiendo pegado a una pared, y de pronto desparecer ésta para encontrarte en el aire... y con la cuerda rozando peligrosamente en la cabecera, añadiría.
Ya sólo quedaban tres descensos con aterrizaje en pozas, y llegaríamos a la Sala del Arco.
Abandonamos momentáneamente el río que se sumerge bajo un caos de bloques, trepamos, y descendemos para recuperarlo un poco más adelante, un poco más hacia la izquierda.
Y a partir de aquí es una supergalería tipo "Rubicera", cortada por un mismo patrón, de paredes troqueladas y estampadas con tatuajes y fósiles. A ratos aparecen rocajes pardos y amarillos con nervaduras que se asemejan increíblemente a la madera. Es avance es muy rápido chapoteando por el río Cubieja, que apenas cubre en la mayor parte del recorrido.
En cierto punto encontramos algunas hojas y brotes de plantitas germinadas en un remanso lateral del río, señal de que habría alguna comunicación con el exterior en las cercanías, a través de alguna fisura en el lapiaz.
En poco tiempo descendemos la poza final de la confluencia, y alcanzamos el río Leolorna, zona ya conocida.
Al llegar aquí ya estamos bastante limpios de barro, pero por si aún quedaran rastros, las sucesivas pozas del río que remontamos son el lugar ideal para llegar al exterior impoluto.
En cierto punto, tras pasar bajo una ducha, el río se interrumpe, trepamos por el centro y hacia la derecha para aflorar a una gran sala del Anfiteatro. Sin subir nada, nos escurrimos hacia abajo paralelos a la pared, trepamos un resalte con un cordel con pedal de ayuda, e inmediatamente giramos a la izquierda sin pestañear, ya aprendidos de la última vez donde seguimos de frente para "enriscarnos" por una rampa.
En seguida aparece la gran sala de las rampas güenas que ascienden hacia el agujero soplador, montada con cuerdas. El agujero esta vez soplaba mucho menos que en la anterior visita, era agujero brisilla.
Según íbamos saliendo tirábamos directos para arriba por la Sala del Caos, hacia la luz del exterior de la boca del Mortero, deseosos de quitarnos ya el neopreno.
Una vez arriba, en aquella montaña de boñigas de cabra que es el fondo de la torca, me arranqué la chaquetilla con alivio. Morty estaba ascendiendo por la instalación vertical en fijo, le seguí mientras Diego se iba para la rampa.
Detrás mía pensé que venía Miguel, pero una vez arriba descubrí con sorpresa que era uno de los de Geoda, y detrás otro de sus compañeros. Ambos se habían adelantado al resto de su grupo en la unión con Rubicera para ir yendo a por los coches.
Más tarde ya sí subió Miguel, y el resto lo hicieron por la rampa.
Hasta que hubimos regresado todos al coche y recogido nos dieron las tantas. Llegamos por los pelos para cenar en Ogarrio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario