sábado, 25 de junio de 2011

Tonio-Cañuela


Participantes: Miguel y David (Espéleo-romeros) y Diego y Beatriz (Club Espeleológico de Leganés)
Climatología: Sol y calor.
Diego y Bea nos invitaron a cenar el viernes en su casa de Arredondo y se nos hizo un tanto tarde con las copas de después, pero a las 9 del día siguiente estábamos listos para salir hacia la cueva.
Dejamos uno de los vehículos abajo, a los pies de la ladera del valle de Bustablado a la que vierte la gran boca triangular de Cañuela, y con el otro subimos por la empinada carretera que conduce al punto de aproximación, con la suerte de no cruzarnos con nadie, ya que en esos casos su estrechez supone un problema.
Al alcanzar el lugar fijado para aparcar nos encontramos una máquina abriendo una nueva pista en la montaña.
Tras vestirnos de espeléologos, empezamos a ascender por el corto tramo de pista desbrozada y luego continuamos por los prados, entre vacas y agujeros por doquier.

La boca de Tonio es un pequeño agujerito prácticamente oculto entre la vegetación al borde de la caída de una gran dolina al pie de las cabañas de Buzulucueva.
Miguel iría instalando y Diego desinstalando. Es una travesía sin marcha atrás.

Tras aterrizar al fondo del primer pozo alcanzamos una sala seca, acojedor refugio de moscas y mosquitos, que a su vez son el banquete de una horda de arañas -cuyos adultos alcanzan gran tamaño- que se mueven vivazmente por la paredes obligándote a cuidarte mucho de dónde tocas.
Tras bajar el siguiente pozo desaparece todo signo de vida en sus empapadas paredes.
Otro pozo más y llegamos al gran pozo de 48 metros, un espacio de mayores dimensiones que las secciones anteriores y tapizado por colonias de líquenes amarillos. A cierta altura, antes de llegar al fondo, te topas con un pasamanos para remolcarte hacia una repisa a mano izquierda.
Desde esa repisa hay que realizar una pequeña trepada y posterior bajadita, y ante nosotros se abre la temida diaclasa o "gatera vertical"... o "paso del egipcio".
Primeramente debemos avanzar hacia adelante, mejor sin anclarse en este tramo. Aunque haya instalado una especie de pasamanos, en la medida de que el pozo-diaclasa ya de por sí es estrecho y además se va estrechando hacia abajo, es imposible caer.
Al final del pasamanos (pero aún dentro de la estrecha diaclasa), se encuentra instalada una cuerda que desciende, y ahí nos colocamos el descensor, mejor sobre el cabo largo, y ya por ahí bajamos por el apurado espacio que tenemos. Desde arriba da la sensación de que no vamos a poder pasar por ahí, y hasta para girar la cabeza y poder echar un vistazo o cambiar de dirección vamos a encontrar dificultades si no tenemos el casco a la altura de algún ligero ensanche.
Habiendo bajado todos con las sacas, continuamos por una rampa instalada con una cuerda en un estado pésimo. Diego deja hecho un nudo en una zona cercana a la cabecera donde el rozamiento con la roca tenía la cuerda prácticamente cortada.
La rampa se desfonda hacia el pozo por donde a tantos se les ha caído la saca por lanzarla desde la zona de la diaclasa para bajar cómodamente sin ella, pero antes de desfondarnos nosotros, ascendemos por una cuerda de nudos.
Arriba nos encontramos un paso aéreo en comba, un pasamanos y cortos descensos hasta dejar atrás esta zona de pequeños espacios que estaba equipada con cuerdas fijas, terminando en una apurada cornisa al borde del P55, donde el espacio vuelve a agrandarse . Toca seguir con el loco-loco, lo-quito, loco-loco, lo-quito...

Este pozo de 55 es bastante divertido de bajar, al igual que el P20 cercano al final de la sucesión de descensos. 
Tras el P22, el último de los pozos que podríamos considerar propiamente de Tonio, hacemos un destrepe por un resbaladizo meandro que enseguida se estrecha continuando así con un par de descensos cortos con trozos de cuerda instalados en fijo de por medio. Aquí se nota el frío y el sonido de la corriente de aire, por algo se llama la Gatera de la Borrasca.
Tras retorcernos por el meandrillo, terminamos al borde de un boquete que se precipita sobre el gran espacio de la sala Olivier Guillaume, como si tras atravesar la tierra por estrechos laberintos hubiéramos llegado a un gran hueco en el cascarón, una antípoda oscura. Ahora estamos en Cañuela.

La sala está constituida por unos cuantos montículos de bloques desprendidos cuyas cimas se pierden en la oscuridad bajo la gran cúpula desnuda que unifica este espacio. El lugar desde el que hemos descendido no es más que un agujerito en dicha cúpula, desde el que se descuelga nuestra cuerda.

Desde el punto de aterrizaje, en la ladera de uno de esos montículos, descendemos en dirección a unas marcas reflectantes hasta alcanzar la embocadura de un túnel. Se suceden los destrepes entre los bloques, y al poco, en los altos techos, aparecen las primeras colonias puntuales de estalactitas. Están secas y costrosas, pero son enormes.
Bea nos ameniza el camino con su repertorio de cantos espeleológicos, con temazos como "Somos los mocos", "Somos los pipas" o "Si yo fuera murciélago".

Esta galería, la del 10 de Agosto, va ganando en formaciones, hasta que el espectáculo se vuelve impresionante. Las estalactitas son gigantescas, esbeltas e ingrávidas, caen de los techos como puntas, dispuestas a ensartarte al menor temblor del tierra. Como una multitud descuelgan sucesivamente más filas detrás de otras filas, hasta convertirse en siluetas de fondo.
El tamaño de las formaciones, su languidez esbelta, y su color apagado, dan una sensación de vejez, de cueva vieja. De lejos son como ancianos pellejos caídos y recubiertos de telarañas.

Si el espectáculo ya es impresionante en los primeros tramos, lo es más aún cuando más adelante las estalactitas se van perfilando en delgadas hojas de extrañas espadas fantásticas, en hojas de sierra que cortan el aire en la dirección del túnel.
El suelo sube y baja, formando a veces cómodas playitas de arena bajo esos techos fabulosos. En ciertos momentos hay que trepar o destrepar buscando los agarres precisos en la resbaladiza roca.

Tras destrepar a un gran hoyo (Sala de la Encrucijada Alta) y luego salir de él trepando por el otro lado, alcanzamos la "sala de la apisonadora" (Boulevard). Y es que parece que ha pasado por ahí una máquina cortando a cuchillo todas las rocas y aplanando el suelo para construir una autopista encima.
El Bulevar realiza un fuerte giro a la izquierda para llegar al "campo de fútbol", una gran sala con abundantes charcos y larguísimas coladas -holladas por unas firmas grabadas en ellas-. Desde ahí, giramos a la derecha y pasamos bajo "la portería del campo de fútbol", un arco de gran anchura, y por unos instantes sentimos el fresco de una viva corriente de aire.

Más adelante la galería se precipita sobre el vacío, en el Pozo del Arca. Debemos instalar una cuerda para descender unos 20 metros, y ya estamos a nada de la salida. Sólo nos queda avanzar por el gran túnel hacia la derecha, atravesar el pasamanos y... maravillarnos con la aparición de la enorme boca por la que se cuela la cálida luz del atardecer luchando contra el gélido aliento de las profundidades, pintando de azul aguamarina las paredes de la roca. Es como un fantasma en la oscuridad, que conforme nos acercamos se transforma en un resplandor de luz en el que más adelante van emergiendo las sombras de los árboles perimetrales, y por fin el valle y las montañas, una vez en el exterior.

Descendemos por una estrecha senda, con la boca de la cueva a nuestras espaldas exhalando una nube de humedad que desde cierta distancia se materializa como un emborronamiento blanco. En cierto punto giramos hacia la izquierda, saliéndonos del barranco dominado por la cueva y... se nos acabó el aire acondicionado. Al haber salido del cauce del chorro de aire frío que cae desde la boca volvemos a la realidad de una calurosa tarde de Junio.

Tardamos 8 horas y cuarto de boca a boca.

Nueva pista en construcción
instalando la cabecera del primer pozo de Tonio
Descendiendo el primer pozo
Arañacas al fondo del primer pozo
Descendiendo el P48, aproximándose al pasamanos
La gatera vertical vista desde el aterrizaje
Dos pies y una saca
Descendiendo el P22, el penúltimo descenso antes de pisar Cañuela
Al final del meandro de la Borrasca se abre la cabecera del P20 volado sobre la Sala Olivier Guillaume
Estalactitas afiladas como hojas de espadas
Bosque muerto invertido
¿plumas?
Texturas cerca del "campo de fútbol"
Sorteando algunos bloques
La salida se dibuja como un holograma fantasmal en medio de la oscuridad
Un, dos, tres y cuatro, hemos salido todos.